viernes, 1 de febrero de 2008

Astillero - sin Maíz no hay país

la jornada (opinión)
viernes 1 de febrero de 2008
Julio Hernández López

Es posible que uno de los involuntarios logros políticos de Calderón sea el de haber empujado a organizaciones arraigadamente priístas y a movimientos sociales de izquierda a una suerte de entendimiento político mínimo que podría desembocar en un frente amplio plural de resistencia al felipismo descocado. Por ello es que ayer podían verse en las calles del centro de la ciudad de México (del Ángel al Zócalo) las más tradicionales expresiones del cenecismo, y de otras agrupaciones priístas similares, junto a los agrupamientos ciudadanos que denuncian el fraude electoral de 2006, o a los líderes eternos de los sindicatos “independientes” en el mismo sendero de lucha que activistas de la izquierda. Campesinos, electricistas, telefonistas, universitarios, maestros no elbistas; charros, caciques, luchadores sociales, defensores de los derechos humanos. Pero, sobre todo, y a pesar de algunos líderes cuestionables, una masa cívica en protesta, una muestra de que ante la cerrazón calderónica pueden y deben ensayarse formas no excluyentes de lucha.

Zócalo rojo-rosa-solferino-tricolor-amarillo y negro pero de ninguna manera blanco y azul. Gritos guerreros de viejas batallas que ahora eran tomados como propios por muchos de quienes antes, en el poder priísta, o aliados “democráticos” de él, combatían a los que entonces eran oposición y hoy –opositores todos– son compañeros de viaje contra el calderonismo al que califican de entreguista y vendepatrias. Nacionalismo exprés: una bandera estadunidense fue mostrada en el podio por un orador que al mismo tiempo ondeaba una mexicana para reafirmar apego a la nuestra y rechazo a la extranjera. Luego, el rectángulo plástico de las barras y las estrellas quiso ser destrozado manualmente por un acomedido adjunto al orador, que no pudo cumplir su cometido histriónico pero enseguida echó mano del máximo recurso de alta tecnología a su alcance, un encendedor que tampoco pudo dañar al lábaro repudiado. Minutos más tarde, ya en jirones la bandera gringa gracias a la intervención salvadora de una navaja rural, el fuego esperado llegó mediante otros artificios de encendedor de bolsillo.

Necesidad profunda de lucha, denuncia y desahogo de quienes marcharon y gritaron pero luego debieron pasarse largo rato, ya en la Plaza de la Constitución, escuchando discursos de bostezo, varios de ellos llenos de lugares comunes. Nadie prendió el entusiasmo del respetable, si acaso algunas interrupciones parciales, con generación focalizada de aplausos, como forma sonora de pase de lista. El líder cenecista, vestido de Rojo Madrazo, se desgarró la garganta; Francisco Hernández Juárez tuvo como mérito la brevedad, y otros ocupantes del micrófono llenaron el ambiente de cifras, citas y sonsonetes.

Pero lo importante, lo que podría ser trascendente, es que la convergencia de ciertos segmentos de PRI y de izquierda ubicó sin vacilación al adversario y sus tretas, sus amenazas. Espurio, gritaban a Calderón, y entre la dominante oratoria referida al asunto agropecuario quedó claro que el campo de batalla conjunta incluye la defensa de lo relacionado con los energéticos, lo laboral y la Ley del ISSSTE. Mitin reivindicador de un concepto que los modernistas de Los Pinos rehúyen: las clases sociales. El de ayer, dijeron algunos oradores, era un acto de clase. Y lo mismo hubo quien cerró su intervención con un sonoro “¡Hasta la victoria, siempre!”

El de ayer fue otro Zócalo, sin un Andrés Manuel López Obrador que tuvo el tino de no pretender participar en un acto que con su presencia habría sido clasificado como electoral o perredista. Otro Zócalo, no tan lleno en su mitad disponible (pues el Museo Nómada ocupa media plaza) ni con asistentes entregados e inamovibles, pero con un aire de coincidencias tácticas hasta hace poco impensables. Los priístas van –aunque, obviamente, lo niegan– por la cabeza de Alberto Cárdenas Jiménez, en cuyo lugar desean a un priísta, así sea empanizado. Y las organizaciones progresistas, o liberales, o independientes, o de izquierda, creen que es posible formar una coalición plural que enfrente en mejores condiciones la acometida de la Nueva Pareja Presidencial. Un Zócalo. Otro Zócalo. Próxima estación, el 7 de febrero, San Lázaro.

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